Y no sé adónde
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Y no sé adónde

El mapa rusiente de tu piel
Álzate en puntillas, niña,
y verás un tren que silba
remontando el anochecer.
.
El sol se ha ido de copas
y estrena la luna sandalias.
Pudiera ser que lo conozcas,
el lugar se llama Edén.
.
.
Has de saber, niña,
que escrito en el cielo
el mapa rusiente de tu piel,
sólo uno de entre los ciegos
lo podía leer.
.
Sus pasos nacieron
buscando senderos
que muriesen
lamiendo tus pies.
.
Porque escrito estaba en el cielo,
él hoy se acerca, se acerca a ti, niña,
se acerca a Edén,
el ciego que conoce tu piel.
.
.
Y mira, niña, la luna de enero
que ahora camina descalza
mientras se va soltando el pelo.
.
De miel es la capa celestial
que apenas cubre su cuerpo.
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La novia desnuda las aguas,
coqueta y sensual, pagana.
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Sus labios, sus pechos, sus curvas,
sus largas piernas de porcelana.
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Del pecho brota un te quiero…
.
Él sólo piensa en tus besos
y se pregunta si dejar podría el sombrero,
ese que a veces lleva de lado, en tu diván.
Trotamundos de hatillo y andrajos, ¡menudo galán!
.
¿Acaso podrá tender sus huesos ateridos
al calor que murmura en tu hogar?
.
Pero dile, díselo susurrándolo bajito,
si en tu fuego pondrías sus ropas a secar…
.
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La ciudad duerme al abrigo
de sueños milenarios.
.
Un león guarda la entrada,
una lechuza tu balcón.
¿A quién esperas, princesa,
desnuda en el torreón?
.
.
Lejos de allí, tan lejos que hace daño…
.
Un astro incendia escolleras.
Su vientre danza en las aguas.
Mil espejos estallan
y agudas esquirlas se clavan,
infinitas,
en los roncos ecos de una canción.
.
Escúchala…
.
.
Y si cautivar una sonrisa
en tus labios consigo
aunque mis yemas hambrientas
no los puedan rozar,
dímelo ya, princesa,
¿te dejarías raptar?
.
Pero dime, dímelo mordiéndome la oreja,
que alguna vez me has soñado
en tus sueños más mojados,
y sacude mi pereza
con jugosas confidencias,
mítico duelo de ombligos
al pie del monte carnal,
ofrendas al fuego divino
en el seno de nuestro pecar.
.
Y si al cabo de un suspiro
luego exprimieses la vida
a tientas sumergida
en cada verso que rimo,
dime tú si no te anegaría
como flores del rocío,
cubriendo tus simas y marismas,
cubriéndote…
.
.
La ciudad despierta al domingo
con velos y rosarios.
Es día de oración.
.
Un león dormita a la entrada.
Ha volado la lechuza del balcón.
.
Un tren cruza la frontera.
Próxima parada, Edén.
Date prisa, niña,
no lo quieras perder.
.
Al azar ruedan los dados
y una diosa canta a lo lejos,
tan lejos que hace daño,
versos de sangre forjados
en las fraguas del destino
o en aquellas otras del corazón.
.
Escúchalos…
.
.
Y colúmpiame el alma con dulces palabras,
que no me dé por parir turbios fantasmas,
ni degollar quiero otra falsa esperanza.
.
Ciégame, lucero, una vez más,
y dime que el amor es eterno,
que el tiempo no destruye
ni existe el silencio.
.
Miente mi alma,
miénteme hoy
aunque me mates mañana.
.
Cántamelo despacio, sobre la almohada,
que trazarían tus dedos húmedos
traviesas caricias cruzando mi espalda.
.
Cuéntamelo quedo, y entrecortado,
que pueda yo saborearlo con calma,
que al alba una lechuza diría
que nos vio fundiendo la nieve blanca.
.
Ámame tormento,
quema mis entrañas
y lánzame luego al viento.
