FFWD

Se aplastan las venas
-no sabía-
cuando muere alguien.

Y se quedan planas,
vanas,
como cintas inútiles
de un cassette destripado.

Y no sé adónde
va la sangre,
ni el sonido
de las cintas,
de las venas.

Ni si sirve de algo
pretender rebobinar
con un bolígrafo gastado
atravesando el ombligo.

El mapa rusiente de tu piel

Álzate en puntillas, niña,

y verás un tren que silba

remontando el anochecer.

.

El sol se ha ido de copas

y estrena la luna sandalias.

Pudiera ser que lo conozcas,

el lugar se llama Edén.

.

.

Has de saber, niña,

que escrito en el cielo

el mapa rusiente de tu piel,

sólo uno de entre los ciegos

lo podía leer.

.

Sus pasos nacieron

buscando senderos

que muriesen

lamiendo tus pies.

.

Porque escrito estaba en el cielo,

él hoy se acerca, se acerca a ti, niña,

se acerca a Edén,

el ciego que conoce tu piel.

.

.

Y mira, niña, la luna de enero

que ahora camina descalza

mientras se va soltando el pelo.

.

De miel es la capa celestial

que apenas cubre su cuerpo.

.

La novia desnuda las aguas,

coqueta y sensual, pagana.

.

Sus labios, sus pechos, sus curvas,

sus largas piernas de porcelana.

.

Del pecho brota un te quiero…

.

Él sólo piensa en tus besos

y se pregunta si dejar podría el sombrero,

ese que a veces lleva de lado, en tu diván.

Trotamundos de hatillo y andrajos, ¡menudo galán!

.

¿Acaso podrá tender sus huesos ateridos

al calor que murmura en tu hogar?

.

Pero dile, díselo susurrándolo bajito,

si en tu fuego pondrías sus ropas a secar…

.

.

La ciudad duerme al abrigo

de sueños milenarios.

.

Un león guarda la entrada,

una lechuza tu balcón.

¿A quién esperas, princesa,

desnuda en el torreón?

.

.

Lejos de allí, tan lejos que hace daño…

.

Un astro incendia escolleras.

Su vientre danza en las aguas.

Mil espejos estallan

y agudas esquirlas se clavan,

infinitas,

en los roncos ecos de una canción.

.

Escúchala…

.

.

Y si cautivar una sonrisa

en tus labios consigo

aunque mis yemas hambrientas

no los puedan rozar,

dímelo ya, princesa,

¿te dejarías raptar?

.

Pero dime, dímelo mordiéndome la oreja,

que alguna vez me has soñado

en tus sueños más mojados,

y sacude mi pereza

con jugosas confidencias,

mítico duelo de ombligos

al pie del monte carnal,

ofrendas al fuego divino

en el seno de nuestro pecar.

.

Y si al cabo de un suspiro

luego exprimieses la vida

a tientas sumergida

en cada verso que rimo,

dime tú si no te anegaría

como flores del rocío,

cubriendo tus simas y marismas,

cubriéndote…

.

.

La ciudad despierta al domingo

con velos y rosarios.

Es día de oración.

.

Un león dormita a la entrada.

Ha volado la lechuza del balcón.

.

Un tren cruza la frontera.

Próxima parada, Edén.

Date prisa, niña,

no lo quieras perder.

.

Al azar ruedan los dados

y una diosa canta a lo lejos,

tan lejos que hace daño,

versos de sangre forjados

en las fraguas del destino

o en aquellas otras del corazón.

.

Escúchalos…

.

.

Y colúmpiame el alma con dulces palabras,

que no me dé por parir turbios fantasmas,

ni degollar quiero otra falsa esperanza.

.

Ciégame, lucero, una vez más,

y dime que el amor es eterno,

que el tiempo no destruye

ni existe el silencio.

.

Miente mi alma,

miénteme hoy

aunque me mates mañana.

.

Cántamelo despacio, sobre la almohada,

que trazarían tus dedos húmedos

traviesas caricias cruzando mi espalda.

.

Cuéntamelo quedo, y entrecortado,

que pueda yo saborearlo con calma,

que al alba una lechuza diría

que nos vio fundiendo la nieve blanca.

.

Ámame tormento,

quema mis entrañas

y lánzame luego al viento.